Hermanos del
Sagrado Corazón

Carisma

El padre Andrés Coindre creía profundamente en el amor incondicional de Dios. Eso fue lo que inspiró por completo su trabajo como predicador, fundador de hogares de acogida y congregaciones religiosas, director de retiros y guía espiritual. El Espíritu Santo le dotó de una espiritualidad y de una visión sobre cómo debía responder el Instituto a las necesidades de los niños y jóvenes, tanto los de entonces como los actuales. Este carisma es un don para nosotros y para la Iglesia.

La Regla de vida de los Hermanos del Sagrado Corazón expresa este carisma, este don del Espíritu Santo, y su encarnación en nuestras vidas y en nuestro trabajo.

Formar parte del Instituto hoy es creer en el amor de Dios, vivir de él y difundirlo. (Artículo 13)

Cristo nos une a su misión, infunde un amor que debemos propagar. (Artículo 2)

A partir de esta convicción fundamental de que «hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1ª Juan 4, 16), entendemos nuestra misión a través de una serie de principios fundamentales. 

Estamos llamados...

... a dar testimonio de la compasión mediante la palabra y los actos. A través del respeto, el amor incondicional, la disponibilidad y la atención personalizada, buscamos formar a cada uno de los niños y jóvenes de nuestro entorno.

... a confiar en la capacidad que cada niño y joven tiene para crecer y desarrollarse, a hacer presentes el perdón, el estímulo, el acompañamiento y el apoyo.

... a desarrollar un espíritu comunitario en el que la hospitalidad, la inclusión y los valores cristianos compartidos creen un remanso de seguridad, un santuario donde los niños y jóvenes sean acogidos de corazón para poder desarrollar todo su potencial.

... a formar a la persona de forma integral (alma, cuerpo, espíritu y corazón) mediante la puesta en marcha de un completo programa educativo que responda a las necesidades de los niños y jóvenes, reconocido por su excelencia académica y basado en la preparación para una vida digna y responsable.

... a mostrar nuestra preferencia por los pobres y abandonados, tendiendo la mano a los más necesitados y facilitando los servicios necesarios para ayudarles a salir adelante.

Nuestro objetivo es formar a los niños y jóvenes con vistas a su destino eterno, a fin de que ellos contribuyan responsablemente a la edificación de la Iglesia y de la sociedad, de las que forman parte.