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Mensaje del Superior General para el día de la Vida Consagrada – 2 FEBRERO 2025

Publicado el por fsceditor

SEMBRADORES DE ESPERANZA

Hermanos:

Al inicio de este año jubilar, en la fiesta de la vida consagrada, muchos de los temas de la actualidad eclesial giran en torno a la esperanza. Esta misma reflexión sobre la esperanza fue el corazón de nuestro capítulo general y de la ordenanza que nos propone. Al recorrer las páginas del folleto capitular, veréis cómo la ordenanza nos llama a la reflexión y a la acción a través de cuatro temas.

Cristo, fuente de nuestra esperanza

La esperanza está ante todo arraigada en Cristo, y no en cualquier otra realidad que el mundo quisiera imponernos en su propia búsqueda de la paz. Nuestro arraigo en Cristo, más allá de todo lo que nos asalta en la tormenta del mundo de hoy, es lo que trae la paz. Desde este punto de partida, desde lo que el hermano Policarpo llamaba el principio del amor, alimentado por la oración, la meditación y el encuentro con el Señor Resucitado, todo lo demás es posible. En segundo lugar, este arraigo nos permite convertirnos realmente en personas en cuyos corazones Dios derrama su amor. Ésta es la fuente de nuestra paz, incluso en medio de los conflictos, las guerras y las diversas luchas de la vida. Dios está con nosotros. Sí, realmente Él es el Emmanuel.

La esperanza que nos reúne

En la ordenanza, la vida comunitaria está considerada como parte integrante de nuestra esperanza. Allí es donde se nutre y profundiza nuestra esperanza en Cristo, compartiendo nuestra vida en común, nuestra fraternidad. Del mismo modo, los numerosos desafíos de la vida moderna pueden ser discernidos y respondidos, pero no individualmente, sino siempre juntos. Ésta es la fraternidad que el papa Francisco nos llama a extender al mundo entero, a sus habitantes y a nuestra casa común. Nos enfrentamos a retos diferentes; pero en todos los casos estamos llamados a discernir juntos el camino a seguir, para que nuestra acción esté verdaderamente enraizada en Cristo y en su compasión.

La esperanza que nos lleva a actuar

En los Evangelios, vemos a Jesús constantemente activo: tiende la mano, toca, mira, dialoga con todos, esperando un encuentro transformador. En todos los relatos evangélicos, Jesús se nutrió de estos encuentros, y quienes los vivieron con verdadera apertura de corazón fueron transformados. No fueron los únicos beneficiarios de esta transformación: se convirtieron en testigos del amor de Dios, hecho visible en Jesús y a través de nuestras propias acciones. A través de la acción, de los encuentros, es como alimentamos la esperanza. Como dice la Regla de vida, Cristo derrama su amor, que debe fluir a través de nosotros hacia los demás.

La esperanza que nuestros corazones alimentan, surgida del encuentro personal con Cristo, y que compartimos con nuestros hermanos de comunidad, sólo alcanza su plenitud cuando se difunde en nuestra misión a través de la acción y del amor.

La esperanza que vivifica

Pero el capítulo incluía una cuarta dimensión, que podría asimilarse a una evaluación.  ¿Cómo podemos ser personas de esperanza? ¿Qué podemos mejorar? ¿Cómo podemos transformarnos para ser, aún más, personas de esperanza? En respuesta a estos interrogantes, el capítulo elaboró un credo. En él se formulan una serie de experiencias que ya alimentan la esperanza en cada uno personalmente, entre nosotros y para los demás. Pero este credo está incompleto.

El capítulo general no podía completarlo, porque implica reflexión y discernimiento por parte de cada hermano, dentro de cada comunidad y de cada obra. Teniendo en cuenta lo que hemos experimentado, vivido y conocido, ¿cómo podemos alimentar la esperanza? Se trata de una reflexión sobre el pasado y el presente, para que el futuro sea aún más esperanzador.

En los relatos de la presentación de Jesús en el templo, Simeón y Ana proclaman a Jesús, proclaman la fidelidad de Dios a cada uno de nosotros personalmente y a su pueblo. Este anuncio se vive, se pone en práctica y se hace visible a todos. Nuestro Dios amoroso y encarnado se revela cada día, a través de la oración, la vida comunitaria y los encuentros que llenan nuestro trabajo apostólico. El padre Andrés Coindre nos llamaba constantemente a responder «amor por amor, vida por vida, todo nuestro corazón por Dios». Con Simeón y Ana, proclamemos la presencia y la compasión de Dios a todos, compartiendo la única esperanza segura que nos es común: Jesús está aquí entre nosotros.

Entonces, estos cuatro movimientos del capítulo cobrarán vida, tanto para nosotros como para todos aquellos con los que nos encontremos. Estos cuatro elementos ilustran nuestra historia, pero también nos proporcionan un camino, un proceso que nos permite acompañar a los demás hacia el Señor.

Que esta reflexión continua sobre el tema capitular de la ESPERANZA, y su encarnación en nuestras vidas, nos lleven a un encuentro más profundo con Jesús en la oración, a una vida comunitaria más ardiente y a una misión que manifieste cada vez más claramente el amor de Dios.

Ametur Cor Jesu!

H. Mark Hilton SC

Superior general