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Un momento del Sínodo (Hermano Mark Hilton)

Publicado el por fsceditor

Quienes me conocen, saben bien que suelo mirar el mundo, nuestra misión y nuestra fe a través de la pintura. Como a muchas personas, ciertos cuadros me llegan a lo más profundo, superando las apariencias del momento.

Durante la primera sesión del Sínodo (2023), celebrábamos la misa al comienzo de cada tema en el altar de la Cátedra, detrás del altar mayor de la basílica de san Pedro.  Al entrar y al salir, pasábamos junto a un altar lateral ordinario, en cuya parte superior hay una imagen de María, conocida en la antigüedad como la “Madonna della Colonna”. Tras el Concilio Vaticano II, san Pablo VI la llamó “Mater Ecclesia”, y san Juan Pablo II mandó colocar una reproducción en mosaico en la fachada del Vaticano como homenaje tras el atentado que padeció en 1981. Se trata de una pequeña imagen, un fresco antiguo pintado sobre una columna de la primera basílica: una María sonriente, con un niño Jesús también sonriente y coronado de honor.

Esta imagen se convirtió en mi compañera a lo largo de las largas jornadas de debate, diálogo y oración.

Incorporados al Pueblo de Dios por la fe y el bautismo, somos sostenidos y acompañados por la Virgen María, «signo de esperanza segura y de consuelo» (LG 68), por los apóstoles, por quienes dieron testimonio de su fe hasta perder la vida y por los santos de todo tiempo y lugar (#17).

Por supuesto, el papa Francisco se aseguró de que una imagen de María presidiera el Sínodo. Una de sus favoritas, Maria Salus Populi Romani, estuvo siempre presente en el aula sinodal. Como parte de nuestra experiencia de oración, los miembros del sínodo entramos una tarde en San Pedro por la puerta principal y, rezando el rosario, recorrimos lentamente la basílica. ¡Nos sentíamos tan pequeños en la inmensidad de ese espacio y, sin embargo, tan acompañados!

En la Virgen María, Madre de Cristo, de la Iglesia y de la humanidad, resplandecen a plena luz los rasgos de una Iglesia sinodal, misionera y misericordiosa. Ella es la Iglesia que escucha, ora, medita, dialoga, acompaña, discierne, decide y actúa. De ella aprendemos el arte de escuchar, la atención a la voluntad de Dios, la obediencia a la Palabra de Dios y la disponibilidad para oír las necesidades de los pobres y ponernos en camino. Aprendemos también el amor que tiende la mano para ayudar a los necesitados y el canto de alabanza que exulta en el Espíritu. Por eso, como dijo san Pablo VI, «la acción de la Iglesia en el mundo puede asemejarse a una prolongación de la solicitud de María» (n° 29).

En la apertura de la segunda sesión del Sínodo (2024), la Madonna della Colonna ocupó un lugar de honor en una imagen restaurada más grande que la del icono, delante del altar de la Cátedra. Ella volvió a acompañarme durante esos días. Por eso no es de extrañar que el artículo final del documento del Sínodo se dirija a María, la que guía el camino, señalándonos siempre al Señor.

Confiamos los resultados de este Sínodo a la Virgen María, que lleva el espléndido título de Odigitria, la que muestra y guía el camino. Que Ella, Madre de la Iglesia, que en el Cenáculo ayudó a la nueva comunidad de discípulos a abrirse a la novedad de Pentecostés, nos enseñe a ser Pueblo de discípulos y misioneros que caminan juntos, a ser Iglesia sinodal (#155).

Y, al concluir el Sínodo, el papa Francisco entregó un regalo a cada miembro y facilitador del Sínodo: una imagen de Pentecostés con María en el centro.

Que María camine con nosotros, ahora y siempre, mientras intentamos seguir al Señor en la misión que comparte con nosotros cada día.